Esta cinta, titulada “En busca de la felicidad”, relata la historia de un padre que ante todo obstáculo lucha por realizar su sueño a la vez que tiene que mantener y cuidar del bienestar físico y emocional de su pequeño hijo.
Cada escena es impresionante, talvez no solo por las grandes actuaciones que presentan (con razón estuvo Will Smith nominado para el Oscar a mejor actor) sino porque se trata de una historia de la vida real, lo que indudablemente lleva a uno a pensar en el sin fin de casos como este que existen hoy en el mundo…pero este es tema para otra ocasión…
Les decía, todas las escenas son intensas, desde ver como es abandonado por su esposa, perseguido por un taxista o arrestado por falta de pagos, hasta el más crítico momento cuando él y su pequeño son lanzados a la calle y forzados a pasar la noche ocultos en un baño público del metro de San Francisco.
Pero aún cuando durante toda la película tuve un nudo en la garganta, no fue ninguna de estas secuencias lo que más me impactó. En realidad, el momento que me hace recordar la cinta hoy es cuando el niño (quien por cierto en la vida real es el hijo de Will Smith) sin saberlo y haciéndolo a modo de “chiste”, le dan una gran lección a su papá. Y el “chiste” va así:
Un náufrago se encontraba flotando a la deriva en medio del océano y sin la más mínima señal de tierra a la vista.
Después de unos momentos, un bote pesquero pasó y se detuvo para ofrecerle ayuda, pero cuando el capitán del barco le arrojó un salvavidas, el náufrago en lugar de sujetarlo lo rechaza y explica que no se irá con ellos pues está esperando a que Dios venga a rescatarlo.
Pasan las horas y vuelve a pedir a Dios que venga a salvarlo, entonces de la nada aparece un gran crucero que se detiene y envía una lancha salvavidas a recoger al sujeto, pero este lo rechaza nuevamente, explicándole a la tripulación que está esperando a que Dios venga a rescatarlo.
Y así continuó pasando el tiempo hasta que sus fuerzas se acabaron y comenzó a sumergirse irremediablemente mientras pensaba “Díos vendrá a rescatarme”.
Cuando el náufrago volvió a abrir los ojos, se dio cuenta de que no se encontraba en tierra firme, sino en el Cielo. Indignado corrió en busca de Dios a quien le pregunta: “¿Por qué nunca fuiste a rescatarme? Todo el tiempo te estuve rezando y nunca acudiste a mi salvación.” A lo que Dios, simplemente responde: “¿Nunca? ¡Pero si te he enviado dos barcos!”
Cada vez que pienso en este relato, no puedo evitar recordar las palabras de Pamela Miles, Maestra Reiki y Directora y fundadora del Instituto para el avance de terapias complementarias en Nueva York, NY. Y consultora y desarrolladora de terapias complementarias en varios de los principales hospitales de esa ciudad, cuando dice: “La espiritualidad tiene dientes”.
En una época tan agitada como en la que estamos viviendo, cada vez es más fácil distinguir dos grupos de personas:
Por un lado están aquellos que se tiran al sufrimiento, dejando a un lado toda fe o esperanza y que siguen haciendo lo mismo de siempre, dejándose llevar por los momentos buenos y malos en sus vidas, dejando en sus días espacio solo para quejarse y culpar a todos y a todo por sus problemas.
Y por el otro, está un grupo de personas llenas de fe y esperanza que ante todo problema se detienen a rezar y poner todo en manos de Dios.
Yo a estos últimos les llamo ahora “NÁUFRAGOS” Y para ser sinceros no les encuentro ninguna ventaja sobre el primero.
Afortunadamente también hay un tercer grupo, el de aquellas personas que no solo son positivas y están llenas de fe y esperanza, pero que también están llenos de acción.
Aquellos que no solo piden ayuda, sin que en verdad se dejan ayudar y sí “se suben al barco”.
Este grupo de gente es quien mueve al mundo. Es el grupo que no se deja vencer por los retos y que continúa luchando.
Todos conocemos a alguien así, y no me refiero a grandes líderes como Gandhi o Mandela, sino a personas tan comunes como nosotros mismos. Talvez vean este ejemplo en algún familiar, un amigo o un viejo maestro.
¿No los ubican? Son fáciles de identificar, son justo esas personas que siempre están explorando una nueva oportunidad, esa gente de la que siempre pensamos “Que suerte tiene este, siempre le va bien”. No son súper hombres ni súper mujeres, mucho menos los elegidos. Simplemente son aquellos sujetos que sí piden ayuda, pero que no solo se sientan a esperarla, sino que salen a buscarla y toman acción.
Son esos aparentes “náufragos” que cuando piden ayuda no esperan a que aparezca el capitán del crucero del amor (wow, flashback!), sino que abordan la balsa que les ofrece la posibilidad de seguir adelante y hacen con ella su mejor esfuerzo.
Demostrándonos a todos que en realidad la espiritualidad, SÍ tiene dientes.
Entonces, hoy habría que preguntarnos: ¿A qué grupo queremos pertenecer?
1 comentario:
Que bueno sería aprovechar todas las oportunidades que se nos van poniendo enfrente.
Que bueno sería crear oportunidades para los demás.
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